Por: Yoaxis
Marcheco Suárez.
Acela Sánchez estaba
sentada frente a mí en un taburete viejo de puro cuero de vaca, bien cuidado y
muy pulcro, tenía los pies cruzados, aunque de vez en cuando los cambiaba de
posición: estoy vieja mija -me dijo- me duelen todos los huesos y esta pierna
me la he partido varias veces- Luego pasaba una de sus manos con suavidad por
la pierna herida y la volvía a colocar sobre su muslo, sus manos se movían
intraquilas, se entrelazaban y se soltaban, pero no era un movimiento nervioso,
solo el ímpetu de la mujer que en su juventud fue ágil y dispuesta para el
trabajo y que la vejez replegaba al taburete. Sus ojos eran achinados y de expresión
suave, tenía casi 90 años y venía de la Cuba anterior a los Castro, su familia
se había acentado en los alrededores de Rosalía, cerca de Taguayabón, una
comunidad rural en el centro de Cuba. Acela guardaba con ella una historia de
amor inconclusa.
-Amaste mucho a
un hombre en tu juventud. Le dije con mucha suavidad para no despertar abruptamente
sentimientos que tal vez ya estaban apaciguados.
-Mi juventud… -dijo
bajito y sus ojos achinados se fueron lejos, a otro tiempo- Sí, estuve noviando con un muchacho que se
llamaba Aló Casas cerca de diez años, fue el primer amor de mi vida, eso fue en
los cincuentipicos. Los años cincuenta son inolvidables para mí, la vida en
Cuba era diferente a como es ahora, una estaba en el campo muy tranquila, sin tanto
traqueteo y no pasábamos trabajo para conseguir las cosas, había de todo en los
negocios, no éramos ricos en mi familia, pero nunca nos faltó nada. Los días se
me iban en ayudar en los quehaceres de
la casa y en esperar la llegada de Aló todas las tardes.
-¿Y por qué
tantos años noviando Acela?
-Así era entonces, si no te ibas con el novio
fugada por una ventana porque tus padres no lo querían o porque ya habías
metido la pata… tú sabes, entonces noviabas por mucho tiempo. La mayoría de las
veces los novios andaban con otras mujeres, pero mi Aló era un hombre bueno a
pesar de que era muy apuesto. Se iba a casar conmigo con todas las de la ley y
como Dios dice que tiene que ser.
Volvió a
enlazar las manos y a soltarlas y sus ojos ya no me veían.
-Me gustaba
verlo con su guayabera blanca, los hombres antes se vestían como hombres, ahora
andan llenos de aretes y hasta se arreglan las cejas como las mujeres, antes salían bien planchaditos, el filo de los
pantalones tenía que ser perfecto, los zapatos impecables y el pelo engomado y
estirado. Aló era un joven elegante y presumido.
-Pero después
de tanta espera no pudieron llevar a efecto la boda- Nuevamente le hablé con
mucha suavidad. Se movió despacito en el taburete como para acomodarse y hablar
con más soltura, seguía hundida en otro tiempo.
-Así mismo fue.
Me lo mataron de un tiro. Cuando me dieron la noticia me quedé fulminada,
imagínate todas las ilusiones que yo tenía, pero sí, lo habían matado de un
tiro y ya nada se podía hacer. Todos sufrimos su muerte, sus padres, los
hermanos y yo.
-¿Y quién lo
mató Acela? Mi pregunta fue perturbadora, la hice regresar a la realidad como
de un golpe.
-No sé mija, yo
no sé bien quien lo mató, hay rumores, pero yo nada te puedo asegurar. Casi
todo el mundo dice que fue el tal Jesús Ramos, ese que vive aquí en Taguayabón
y que ahora trabaja como chivato. En el juicio dijeron que había sido un error,
que habían confundido a Aló con uno de aquellos que se alzaron contra Fidel.
Aló que no se metía en nada, él era un muchacho tranquilo.
Los rumores a
los que se refirió Acela se han pasado de boca en boca desde aquellos tiempos
hasta la actualidad entre los pobladores, la sospecha cae sobre un informante
de la Seguridad del Estado nombrado Jesús Ramos Peña, residente del poblado de
Taguayabón; según lo que se comenta fue un crimen pasional y de venganza. Se
dice que el asesinato se ejecutó durante la noche cuando Aló regresaba a su
casa, el informante al frente de otros dos guardias revolucionarios lo vio
venir y escondido ordenó abrir fuego contra él, solo una bala fue certera y se
presume haya sido la de Jesús Ramos que estaba bien colocado y era un experto tirador.
El caso del asesinato de Casas constituyó “la Causa No. 12 DE 1962, por
homicidio por el entonces Jurado de Instrucción de Placetas, municipio de Villa
Clara” (tomado de Dios desprecia la mentira, http://cubanoconfesante.com). El crimen
se escudó en la euforia revolucionaria del momento, el alegato de defensa fue
que se había confundido a Aló Casas con un “bandido contrarrevolucionario”
calificativo que se le dio a los que se alzaron y fueron a luchar contra Fidel en
las lomas. Una pequeña cruz colocada por sus familiares marca el sitio de su
muerte.
-Y cuándo pasas
por el lugar donde lo mataron y ves la cruz, ¿lo recuerdas?
-Nunca lo he
olvidado, me costó mucho trabajo volver a enamorarme, se me fue toda la
juventud queriendo a Aló. Imagínate que
me casé a los cincuenta años con el único esposo que realmente tuve y claro fui
muy feliz con él y con su familia. Aló fue el amor que no me dejaron continuar,
tal vez hubiéramos tenido hijos, quién sabe.
Acela murió
hace algunos meses atrás, se llevó con ella todos los recuerdos que albergaba
del primer amor de su vida, un hombre que murió asesinado en plena juventud sin
poder crear una familia y que según algunos que lo conocieron estaba muy
enamorado de su novia. El crimen quedó impune, como muchos otros cometidos en
los inicios y durante el fidelismo en Cuba, pero la pequeña cruz sigue visible en el
camino que va desde Taguayabón hasta Rosalía, como un recordatorio, “imagino que
su asesino no pueda dormir en paz, y que solo los somníferos lo ayuden a
conciliar el sueño o la pesadilla cada noche”, esas fueron las últimas palabras
de Acela en aquel conversatorio que sostuve con ella.
Nota: Las fotos fueron tomadas del Blog http://cubanoconfesante.com de la autoría del pastor bautista Mario Félix Lleonart Barroso.
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