Por: Yoaxis Marcheco Suárez
Me gusta como huele la tierra cuando está
caliente y comienza a llover: -¿Recuerdas ese olor? - Pero ese olor no es igual
en otra parte, solo en los montes de Cuba huele a maravilla. Olor a lluvia. Es
rico ese olor y da sueño, también el sonido de la lluvia en los techos y en el
suelo, extraño el tintineo de la lluvia, solía dormirme de niña escuchando
aquel bendito sonido, me acurrucaba en mi cama y mis ojos se cerraban solos. En
Cuba la lluvia se siente porque las casas son abiertas, cuando Cuba sea libre
tendremos que mantener nuestra vieja costumbre de vivir con las puertas y
ventanas abiertas para que entre la luz, el olor de la lluvia, de las hierbas,
de la vida.
-¿Te acuerdas de los aguaceros de mayo? Tronaba
y aun así nos bañábamos, mientras las madres peleaban y en vano nos llamaban a
entrar. Corríamos por los charcos y nunca nos enfermábamos, éramos
'trinquetes'. Y cuando escampaba, todo quedaba quietecito, ni las hojas se
movían, solo nuestras risas y las carreras de un lado para otro mientras
sudábamos a mares después de habernos bañado, luego las madres de nuevo con sus
benditas 'regañinas' y tanto alboroto nos costaba otro baño antes de dormir, y
que fastidio, antes de dormir ya los ojos no se sostenían. Benditas madres y
benditas noches de la infancia.
-¿Te acuerdas de aquellas troná de veranos? No
les teníamos miedo a los truenos, de noche la luz de los relámpagos entraba por
las hendijas de mi casa vieja y yo jugaba a mirarme las manos, era una luz
blanca, como el flash de una cámara, así me decías: -esos no son rayos, es que
nos están tirando fotos desde arriba, boba yo que te creía. Luego aprendimos en
alguna película que ya no recuerdo, que para saber si la tormenta se está
alejando solo hay que contar entre el sonido de un trueno y otro... uno, dos,
tres, cuatro, cinco... bum... uno, dos, tres... bum. Así la pasábamos tirados
en el piso del portal, el tuyo o el mío, daba igual, con toda aquella tropa de
'vejigos' del barrio, descalzos y semidesnudos por el calor, porque después de
los truenos y el aguacero la humedad nos abrazaba, y se quedaba por mucho rato
el retumbar lejano de los truenos. Entonces algún viejo decía: -Se está
acabando el mundo por aquel lao. Me gusta el sonido de los truenos cuando se alejan.
Y la tarde es entre roja y gris, después de un buen aguacero.
-¿Te acuerdas de aquella vez que nos acostamos
en la hierba a mirar el cielo? Mentiroso, decías que nos podíamos despegar de
la tierra y caernos, que aunque yo creyera que el cielo estaba arriba,
realmente estaba abajo, que solo me salvaba si caía en una nube, vaya que era
boba yo, siempre te creía. Y sí que da la sensación de que el cielo está abajo
cuando lo miramos acostados bocarriba en la tierra, da la impresión de que nos
podemos caer a ese vacío azul, también me gusta el cielo cuando está azul y más
en cuaresma cuando el viento que viene del sur es fuerte y las nubes pasan con
mucha rapidez: -Já, -me decías- si te caes ahora no hay nube que te salve.
La tierra cubana es tan benigna, no hay fieras
salvajes, ni animales venenosos, puedes acostarte en ella y dormir en paz, pero
si te agarran las 'santanicas' o 'santanillas' te encienden. ¿Te acuerdas aquel
día que nos picaron las santanicas? Nos encendieron el cuello y debajo de los
brazos, nuestras madres tuvieron que bañarnos en alcohol, vaya que son
terribles esas hormiguillas rojas, algún que otro viejo del barrio nos echó un
regaño: -eso es por andar tiraos por el piso, las santanicas pican como el
diablo- y las viejas católicas se persignaban y a nosotros pronto se nos
olvidaban las picaduras y volvíamos con la 'jauría' de muchachos del barrio a
'pataperrear’ por el campo. Pero donde sí habían muchas santanicas era en la
mata de guayabas rojas de la tía Ida, eran un millón y de lejos parecían como
un hilillo de candela, aun así te trepabas en la mata y cogías las guayabas pintonas, las que a mí me
gustaban, y la tía Ida venía escoba en mano a ‘azorarnos’ como si fuéramos
gallinas en patio ajeno, te lanzabas de la rama donde estuvieras ‘trepado’ y
salíamos disparados como flechas, nunca nos alcanzaba la tía, pero siempre daba
las quejas a las madres y luego nada de ‘muñequitos’ en la television, el
castigo era seguro, después de comida, las tareas y luego la cama, a dar
vueltas como un trompo escuchando a los otros muchachos del barrio reír y
corretear afuera hasta que el sueño llegara, al otro día todavía sentíamos ‘roña’
contra la tía Ida: -Sí que es ‘lengualarga’, me decías, pero luego cuando nos
dábamos los atracones de ‘casquitos’ de guayaba y de mermelada con queso que
ella muy bondadosa nos brindaba, se nos olvidaba y le échabamos las miradas más
agradecidas: -ná, Ida no es mala gente, ¿verdad?- Me preguntabas y antes de que
yo te respondiera decías: -En el fooooondo es muy buena gente, y te echabas una
carcajada.
¿Te acuerdas aquella tarde que me lanzaste una
rana verde ‘panciblanca’? Corrí y corrí, pero eras un lince, me alcanzaste y me
la tiraste, la rana cayó justo en uno de mis hombros -le tengo terror a las
ranas-, estuve sin hablarte mucho tiempo, entonces un día otro niño del barrio
hizo lo mismo y tú le arrebataste el animal de las manos, le diste un pescozón
y le dijiste muy serio: -el único que puede lanzarle a ella una rana soy yo, y
nunca más le voy a lanzar una. Ese fue el día de la reconciliación, nunca antes
nos habíamos peleado.
Pero cuando sí la cosa se nos puso mala fue
aquella tarde que salimos de la escuela y nos entretuvimos tomando helados, nos
sentamos en aquel parque cerca de la cremería, entonces los helados cubanos
eran ricos, tú chocolate con vainilla, yo fresa y a veces almendras, el cielo
estaba negro, casi nadie en la calle, nos sacaron de la cremería por no sé qué
asunto de un ciclón, nosotros en nuestro mundo, risas y más risas, el viento
empezó a zarandear las matas y la basura empezó a volar, ya ni sabíamos la
hora, y era tarde, de repente vimos a mi padre llegar con pasos largos, todo
agitado, habían pasado cuatro horas después de salir de la escuela y se
acercaba un ciclón, mi padre no nos habló, solo nos tomó a cada uno por una
oreja y así nos llevó por un buen tramo, cuando al fin llegamos al barrio,
estaban todos afuera, no entendíamos nada, a ti te dieron una ‘cintiá’ y a mí
castigo por un mes, tal era el susto que le habíamos dado a todo el mundo,
perdidos en un día de ciclón.
Solo espero que te acuerdes todavía de todas
esas cosas, de los colores de los atardeceres, de los olores del barrio, de los
viejos que ya se fueron hace rato, de nuestros dicharachos, de los locos de la
calle como Seledonio, ¿te acuerdas? Decía que él era el Mesías; o ‘Caguairán’
que una vez nos corrió atrás con un palo en la mano para golpearnos y nos
libramos de milagro. Porque al final esa fue mi infancia y la tuya, entonces no
había política, ni intereses que nos separaran, entonces jurabas que por
siempre seríamos los mejores amigos y fuimos los mejores amigos del mundo, al
menos tú eres irrepetible. Eres Cuba de muchos modos, esa parte de Cuba que se
llama corazón, algún día, tal vez, no habrán ideologías que nos separen, ni
geografías, ni rumbos.
Excelentes recuerdos convertidos en letra impresa, que nos toca en la nostalgia a todos los que nacimos en aquella sufrida Isla. De nuevo te felicito, Yoaxis.
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