Por Yoaxis Marcheco Suárez
“He
entrevistado a centenares de personas, escrito miles de notas periodísticas y
te juro que cada mañana hay un reto distinto: escribir más limpio y mejor,
dejar al escritor y poner al periodista para que la voz de las víctimas y los
victimarios salga más clara y se entiendan mejor las historias y los
conflictos.”
Converso con un hombre inquieto que sabe tratar con las palabras, incluso con las más salvajes, él las acaricia, las ronda hasta que las deja rendidas, las doma, como se doma a los potros jóvenes. No le tiene miedo a los sentimientos, ni a sus personajes, lucha contra ellos y por ellos, en esa batalla donde termina ganando la literatura. Luis Felipe Rojas es un hombre que escribe, un inventor de historias que pueden asemejarse a la realidad y a los recuerdos; pero también es un periodista que indaga en los acontecimientos, en las vidas de la gente real, que busca ser certero en la información y que tiene como meta importante en su vida dar voz a los que dentro de Cuba, su Isla natal, han sido silenciados y llevarles los sonidos de la libertad que no conocen, todo esto a través de las palabras.
Luis Felipe Rojas se considera así mismo un hombre lleno de certezas, sus metas están bien definidas, su ritmo es disciplinado, aun cuando su carácter sanguíneo y jovial y ese: “estar enamorado para siempre de la vida y de las cosas bellas”, le den un intenso toque bohemio a su apariencia. Es un cariñoso padre y esposo, con la suerte de compartir profesión con la “buena de Exilda” y aunque su rutina diaria es estricta, siempre tiene tiempo para los amigos. Vive el exilio sin remordimientos, ni nostalgias, exprime cada tajada de vida, sin amarres a conceptos, sin importarle el qué dirán, para él patria es cada pedazo de tierra libre que tocan sus pies, no volverá a Cuba mientras no haya libertad, es una de sus certezas, como está seguro que no habrá un día en que sus dedos dejen de tocar las teclas de su computador para dar riendas sueltas a las palabras que lo llenan hasta rebosar. Ha sido para mí un lujo conversar con este hombre, escritor, periodista, padre, esposo, amigo, cubano, ‘domeñador’ de palabras.
YM- ¿Cómo fue tu niñez en tu San Germán natal? ¿Eras tranquilo, o tu carácter sanguíneo ya se destacaba entonces?
LF- Me crié en un llamado batey azucarero, rodeado de amigos y primos que me enseñaron las bellezas de la naturaleza, cruzar los arroyos y cazar bichos en el monte para comer. No hay niños que no sean traviesos, pero fui de un carácter afable siempre.
Lo que sí ocurrió rápido fue que descubrí el amor por la lectura. En algún sitio ya he escrito que mi madre, una lectora voraz, leía en voz alta para los haitianos que vivían o habían vivido de cortar caña de azúcar en las plantaciones. De aquella voz de mi madre que se propagaba por los potreros nació el lector o el escritor que vino luego en mí.
YM- ¿Cuándo comenzaste a buscar las palabras en los libros? ¿Qué textos preferiste en tu primera juventud? Cuáles prefieres ahora?
LF- Yo creo que fue en la más temprana adolescencia: había dos LF, uno que se iba a mataperrear hasta entrada la tarde, metiéndose en las pocetas de agua, cruzando los cercados de los vecinos para comerse los mangos y las guayabas sin madurar aún, y el otro, el que se fue amansando cuando fue descubriendo las historias escritas por los clásicos.
Descubrí rápido a Salgari y Julio Verne, leí antes de tiempo a los Dumas y como vivía en el campo donde en todas las casas se escuchaban radionovelas, pude oír a grandes de la literatura pasados por el invento de la radio.
Mis gustos literarios maduraron, se deformaron y sufrieron mi propia censura. Leí para saber, luego cuando el vicio aumentó, leí para entretenerme, luego para aprender y ahora escasamente leo para saber como otros autores moldean a sus demonios. Nunca leo un libro que no me atrape en las primeras páginas, ya es un acuerdo tácito, y no falla. Jamás comienzo por el principio de un libro.
He descubierto a tres mexicanos: Antonio Ortuño, Julián Herbert y Yuri Herrera.
Me gusta lo que escriben y como escriben las mujeres, son voces diferentes. Sí creo que hay una literatura hecha por mujeres que es distinta, más concreta a veces, y siempre menos pretenciosa.
YM- ¿En qué etapa de la vida nace el escritor? ¿Recuerdas tu primera inspiración? Lograste llevarla a la imprenta? ¿Cómo la percibes hoy?
LF- Entre los primeros versos de la adolescencia y el primer libro publicado en 2001 pasaron casi 10 años. Los primeros textos fueron para enamorar a las chiquillas alrededor mío, para presumir, y no te niego, funcionó…. y mucho. Yo era el escritor de mi aula en la secundaria y el bachillerato y eso crea un halo misterioso: era el que se liaba a gaznatones con cualquiera y a la vez podía “escribir los versos más tristes” esa noche, jajajaja. Me pasé la adolescencia copiando a Darío, Vallejo y Neruda (nunca a Buesa), a Martí y Whitman, no me da pena, los copiaba y salían traducidos por un alma adolescente. Mis profesores lo sabían, pero hasta me celebraban y fueron muy pacientes, esperando que saliera mi verdadera voz interior. Espero que aquellas muchachas me hayan perdonado, jajajajaja.
YM- Qué temas te perturbaban cuándo eras un joven universitario, cómo los enfrentaste?
LF- Fui un estudiante inquieto, cuando llegué al primer año de la carrera de Letras ya me había leído a la mayoría de los clásicos obligatorios que imponían los planes de estudio y alguna luz me bendijo: en vez de ponerme a fanfarronear por ello, aproveché a la mejor profesora que tuve entonces, Serafina Prego (Fini) y lo que hice fue reordenar mis lecturas, releer mientras ella me iba descubriendo qué había de verdad dentro de aquellas piezas universales y desde entonces no he parado de leer mucho, y bueno. A ella le debo leer con pasión, sentir que la historia está en el libro, pero eres tú el que tiene que revivirla.
YM- La residencia estudiantil F y 3ra del Vedado, donde estuviste becado durante tus años de estudiante en la Universidad de La Habana es una marca en tu memoria. ¿La reflejas en tu obra? ¿De qué manera?
LF- En F y 3ra, en el Vedado habanero estuve poco, y más que leer, lo que hice fue vivir. Mi pareja de entonces era Yusmila Reina (que hoy es opositora al régimen) y aprovechábamos a ir al cine, podía pasarme horas en la biblioteca nacional buscando cosas perdidas en los archivos, me prestaban mucho cine en Casa de las Américas. Viví, me destrocé la piel equivocándome y salí mejor. Siempre salgo una mejor persona cada vez que me pasan cosas malas.
Allí me golpeó el suicidio de mi amiga Eloína (creo que diciembre de 1996, ya hemos conversado de esto), allí me dijeron ‘Palestino’ y me miraron con burla por mi acento de las provincias orientales. Me negaron seguir en la Facultad por una perreta de una profesora de Literatura contemporánea, llegaron hasta esgrimir mi “baja capacidad intelectual” y al año siguiente como un gran desconocido gané el premio de poesía de la revista Revolución y Cultura (1998) que por entonces estaba menos viciado que el de La Gaceta de Cuba. Pero nada de lo malo que me pasó me desenamoró de La Habana, La Habana se abrió a mí como una mujer que no resiste y se entrega al hombre que la ama de verdad. Todo eso está en lo que escribo, sin nostalgia, yo soy un exiliado de manera radical y no me puedo permitir el lujo de la nostalgia.
YM- Pudiste haber llevado una vida sin compromisos con la realidad cubana, eras un prolífero escritor, habías publicado varios de tus poemarios, te desempeñabas en los medios oficiales dentro de la Isla. ¿Cómo y por qué a pesar de tus éxitos asumiste la profesión más difícil y reprimida en la Cuba de Castro, la de periodista independiente?
LF- Fue un mazazo en la cabeza. leí los testimonios de los presos políticos en un par de libros, a escondidas, un amigo me prestaba libros como la biografía de Hubert Matos y videos sobre la resistencia al comunismo en Europa del este. Reinaldo Arenas, Cabrera Infante y el mismo estercolero que se vive en el ámbito cultural oficial en Cuba, me llevaron a disentir. Empecé con mis amigos Michael Hernández Miranda, me llevó a escribir para Encuentro en la Red bajo el seudónimo de Jairo Ríos, por varios años. Luego escribí con mi nombre en Diario de Cuba a la par que hacía activismo.
En Cuba no puedes ser periodista independiente a secas. Eres eso y activista de derechos humanos, a menos que te pongas a reseñar una obra del Teatro Nacional, la cartelera de la Feria del Libro o a pasarle la mano a los problemas. Pero si te pones a investigar muertes en prisión, la corrupción administrativa, listados de presos comunes torturados en las cárceles del oriente del país, entonces te cae encima la maquinaria de la represión y de algún modo te hacen un opositor frontal.
YM. ¿Cuándo comienza a ser contestataria tu poesía? ¿Cuál es tu cuaderno más subversivo?
LF. Yo creo que Para dar de comer al perro de pelea (Neo Club, 2003), ahí estaba toda la rabia que sentía, todo el amor por Cuba y por mi gente. Pero yo logré colar algunos textos en algunos de los libros anteriores, y sobre todo, mis poemarios no pasaban de trescientos ejemplares en provincia, con escasa promoción nacional, y eso es una manera de la censura. Aún hay una escritora en Holguín que fue directora del centro del Libro, que me llevó a su casa para pedirme, exigirme, que quitara de un libro un poema que la Seguridad consideraba subversivo. Puede haber gente más pusilánime, pero esa tiene dos apellidos.
YM- ¿En qué momento nace tu blog? ¿Por qué Cruzar las alambradas?
LF- El blog nace en 2009, a los tres días de Orlando Zapata haber comenzado la huelga, en diciembre. Y desde entonces no paré. El blog me permitía escribir sin pausa y sin afeites. Escribía entrevistas y artículos periodísticos para Diario de Cuba y todo lo otro para mi blog. Yo creo que fue una manera de tensarme la cuerda yo mismo, de ver hasta dónde podía ser efectivo de manera autónoma, y lo fui. El blog rebotó en las redes y era uno de los más leídos luego de los de Yoani, Claudia Cadelo y Orlando Luis, era un grupo numeroso, pero yo era el único que escribía desde el monte cubano y tenía para mí las cinco provincias orientales, estaba a gusto escribiendo sobre temas que a otros solo les era permitido si viajaban treinta horas en tren.
YM- En varias ocasiones fuiste detenido, sometido a interrogatorios, dormiste en calabozos, tu casa fue rodeada por agentes del régimen. ¿Qué pensamiento te mantuvo firme en tus ideas?
LF- Yo siempre llevaba conmigo, en mi cabeza, que los presos políticos vivieron un calvario en Cuba, mientras lo mío se trataba de una detención de horas, días, acaso semanas. Y por otro lado tuve rápido una revelación que no me dejó tener miedo: a veces usaban decenas de policías, oficiales de Seguridad del Estado, delatores voluntarios para acosar a un tipo que solamente escribía, organizaba actos de protesta o pintaba carteles en las paredes, y eso los hacía temerosos y pequeños. En las celdas yo acostumbraba a desnudarme, no en calzoncillos, desnudo. Y a gritar todo lo que podía contra el régimen, Fidel y Raúl y ponerlos furiosos. A veces venían y me daban de patadas y piñazos, a veces me dejaban tranquilo hasta quedarme ronco, y yo sabía que había un pacto, les habían ordenado no golpearme más esa noche.
YM- ¿Qué pasaba con tus hijos y tu esposa mientras estabas involuntariamente ausente? Cómo te afectó el sufrimiento de tu familia?
LF- Quisiera saltar esta pregunta de manera olímpica, no volver sobre esa herida a mis hijos Malcom y Brenda y la buena de Exilda. Eso me trajo al exilio, aquí estoy porque ellos no siguieran en el calvario de verme esposado con las manos a la espalda, la casa embadurnada de mierda o de chapapote o pintura. Ese horror me trajo, como a miles, a estas tierras.
YM- ¿Cómo logró el novelista y poeta desarrollarse en medio del ambiente tan adverso que el periodista atrajo sobre sí? ¿Los malos momentos acariciaron a la imaginación o la golpearon?
LF- Hay alguien que me ayudó mucho, creo que fue un disidente soviético, con su teoría del “Como si…”. Entonces yo escribía y leía como si ya viviéramos en libertad en Cuba, aunque tuviera la casa rodeada de agentes policiales. Ahí, en esa certeza, está todo. Y así he seguido viviendo.
YM- ¿Qué sientes por tus represores, qué alberga tu corazón?
LF- Nada, ni lástima. A mí no me hicieron un décimo de lo que a otros. Lo único que no voy a permitirme es la impunidad, tengo sus nombres y un día serán acusados, si ese día llega. Pero yo me mantengo alejado de lastres como el rencor y el odio, que no son la desmemoria. Pero son seres tan bajos, que rara vez, como esta, retomo el asunto.
YM- ¿De aquellos años de persecución qué es lo que más recuerdas?
LF- Te vas a asombrar, pero en medio de la persecución más feroz (llegan hasta expulsar de su centro de estudios o trabajo a alguien porque se relaciona contigo) siempre había una puerta abierta – y la hay-, siempre hay una mano extendida para alcanzarte algo. En Cuba, cuando eres opositor abierto, de los que dicen abajo la dictadura en cualquier esquina, hay mucho temor hacia ti, pero siempre hay gente amable y bondadosa. En Holguín y San Germán tenía casas donde esconder libros, memorias flash, una computadora. Podía viajar en el carro de alguien muy conocido porque me había recogido a la salida de la ciudad o en los años de la escasa conexión internet, siempre conté con quienes enviaban mis textos al exterior desde sus empresas estatales, universidades u hospitales militares, y ya, no puedo seguir dando pistas.
YM- En el año 2013 la editorial NeoClub Press publicó tu libro de poesía Para dar de comer al perro de pelea, esto después de ser censurado en Cuba por siete años. Qué significó para ti la publicación de este poemario? Cómo valoras la labor de Neoclub Press?
LF- Idabel y Añel son la gente más bondadosa y afable que puedas encontrar, son geniales, pero Miami es eso, llena de gente que siente que quiere ayudar al que llega. Para mí fue respirar, algunos de los textos de ahí tenían más de 10 años, pero no iban a ser publicados en Cuba, así fueran poemas de amor, a solo un mes de estar aquí me contactaron, me dieron cabida en sus proyectos de publicación, me pagaron colaboraciones por algunos artículos para algo que tenían entonces, y de manera desinteresada, me publicaron el libro, me hicieron una presentación espectacular… qué más decir? Así son los buenos amigos, yo acababa de llegar y estaba verde aún.
YM- El Exilio te ha abierto muchas oportunidades, una de las más significativas seguramente es la de poder desarrollar tu carrera periodística. ¿Qué es Radio Martí para Luis Felipe Rojas?
LF- Yo hice la más feliz de las transiciones que puedes hacer viniendo de una dictadura como la cubana: de oyente clandestino de Radio Martí cuando era un niño, pasé a ser colaborador y entrevistado de varios programas hasta llegar aquí, sin empleo, pujando por salir adelante y que a la semana alguien me preguntara así, como un bombazo, ¿quieres trabajar en Radio Martí? desde entonces estoy ahí, dándole voz a los que quedaron atrás, como otros me la dieron a mí, espero no defraudarlos. Aunque mi pasión son las artes y la literatura y acostumbro a escribir y hacer programas radiales sobre libros, autores, obras de teatro o eventos culturales, mi tema-compromiso son los derechos humanos y sobre eso escribo diariamente hace cinco años. He entrevistado a centenares de personas, escrito miles de notas periodísticas y te juro que cada mañana hay un reto distinto: escribir más limpio y mejor, dejar al escritor y poner al periodista para que la voz de las víctimas y los victimarios salga más clara y se entiendan mejor las historias y los conflictos.
Soy el realizador del programa Contacto Cuba, y cada vez que hago una pregunta, comparto un chiste o lloro con alguien a través del teléfono, sé que me están escuchando en Baracoa, San Germán o Ranchuelo. Tengo el honor de entrar de manera clandestina a los hogares cubanos y eso me hace tratar de hacerlo mejor todas las mañanas.
YM- En la actualidad, ¿cómo es la vida del escritor y del periodista? Eres tan fértil. ¿Cómo distribuyes tu tiempo?
LF- Mi madre y mis amigos dicen que parezco un loquito, mi mujer lo sabe y me ayuda, pero soy la persona más centrada que pueda existir: soy corredor de maratones, mi preparación física, aunque no sea la de un ‘runner’ profesional es bastante alta y eso me ayuda a escribir o leer por varias horas sin parar. Soy disciplinado con mi tiempo: una hora de carrera en la calle en la madrugada, ayudar a preparar a mis hijos para dejarlos en la escuela, ocho horas de trabajo, llevar a mi hijo a las prácticas de béisbol, leer, ver cine o escuchar música, escribir, leer, hacer el amor (esta es una actividad que la gente desestima, pero hay que dedicarle detalles como si estuvieras armando un reloj suizo, no hay improvisación) y descansar.
Me alcanza y me sobra el tiempo para cocinar y deleitar a mis amigos, salgo a bailar y Exilda y yo podemos estar frente a una orquesta o música grabada hasta las tres de la mañana, vamos a eventos y apoyamos causas sociales y por encima de eso, llevamos una dulce y férrea educación y entrenamiento de vida con nuestros dos niños. Y además vivimos la vida de Miami, honramos a los exiliados de primera generación que pusieron pie en tierra para crear esta ciudad, conversamos con expresos políticos y víctimas del comunismo, los acompañamos, somos casi familia de muchos de ellos, y eso es un privilegio que no te puedes dar el lujo de perder.
YM- ¿Cómo reluce la insularidad en tu obra?
LF- No creo en eso, escribo y ya. Estoy poseído cuando escribo y no atiendo esos conceptos paraliterarios, honestamente.
YM- ¿Quién es más fuerte, el hombre o el escritor?
LF- No hay separación, este escritor deforme y con muchos defectos es resultado de una vida a la carrera, a tientas y a locas. Mis temores, mis frustraciones y mi arrojo son lo que escribo. Estamos llenos de miserias humanas, debilidades, pero también de sentimientos y gestos hermosos, todo eso me hace la persona especial que soy, cada uno lo es, no hay dudas. Todo eso me hace más fuerte. Hace rato dejé de pensar que soy un escritor, yo soy un hombre que escribe y eso está desligado totalmente de cualquier gesto cultural, de promoción o aspiración editorial. Yo escribo para ir amasando una montaña.
YM- ¿Qué sientes cuando corres?
LF- Me libero, me transformo. Estudio constantemente los procesos fisiológicos, las técnicas más antiguas y modernas de correr, para no lesionarme, porque hay tres seres que dependen de mí en casa, pero corro hasta llegar al límite de mis fuerzas y entonces compruebo que somos grandes y no somos nada. Cuando estoy allá arriba, en la cima de los 21 kilómetros del medio maratón es como si estuviera frente al público en la Scala de Milán… o una pradera en Kenya o Adis Abbeba, ese placer solo lo pueden sentir quienes tensamos el cuerpo hasta partirlo en dos casi. Es una forma de belleza extraña y yo vivo enamorado de la belleza, no obsesionado con ella.
YM- Ya sé que constantemente las palabras te asechan, te invaden, se agolpan por montones en tu mente y en tu corazón, no eres un ser humano común, albergas muchas complejidades que se hacen visibles en lo que escribes. Cómo el escritor se transforma en domador de las palabras?
LF- Domeñarlas, ese es mi fin único. Estoy enamorado de las palabras borceguíes, anafre, cazuela y barracón. Hablo Francés y lo leo bastante bien y en los dos idiomas hay palabras que me suenan como la melodía que sale de una flauta o un saxofón. En Francés la palabra que más me gusta es ‘boulangerie’, porque es tan linda como una panadería y huele a ‘baguette’ y no a pan. Ese es el misterio de las palabras. Yo creo en la geografía de las palabras, a veces un vocablo me da vueltas en la cabeza y empiezo por paladearlo, por usarlo y saborearlo despacio como un dulce, lo voy metiendo en las oraciones, en los párrafos, en las conversaciones, lo envío en mensajes de texto para ver qué efecto produce y me voy apropiando de él hasta hacerlo mío totalmente.
¿Soy complejo? ¿De verdad? Si yo soy un pan, muchacha, jajajaja.
YM- ¿Hay planes editoriales próximos? ¿Podrías darnos un avance?
LF- Anuncios, solo eso. Un libro en manos de un editor, pero no me gusta hablar de ello hasta que tengo ya la primera prueba para corrección en la mano, lo siento.
YM- Finalmente. ¿Volverías a la Cuba de Castro?
LF- Imagino que estás refiriéndote al país subyugado por la infame familia de verdeolivo. Cuba nunca será ni de los Castro ni de nadie. En 60 años de dictadura mucha gente siguió siendo rebelde, escribiendo lo que no le pedían, gritando a la cara de los torturadores, bailando, sacando la lengua a los discursos, tirándoles pedos y trompetillas y haciendo el amor y creyéndose libres. Somos los menos, pero una cantidad nada despreciable como para decirle al mundo que queremos ser libres, al mundo y a los sátrapas y pusilánimes que intentan robarnos los sueños.
Hasta que no vea reales condiciones de libertad no regreso, si me quedan ganas “el mundo es ancho y ajeno”, mi niña. Allí quedan, mi madre, mis hermanos, mi familia que amo y mis amigos; allí están las novias y las mujeres que me hicieron feliz, los amigos con los que me di trompadas en la adolescencia y luego bebimos hasta el amanecer en una plaza pública, la gente a la que temí y los que me hicieron reír, un país cargado de belleza. Como has de suponer, con cosas tan lindas uno es capaz de cargar toda la vida y para eso no importan las geografías.
Tengo la apurada impresión de que no volveré más nunca y eso puede parecer duro, pero yo no creo ni en las patrias ni en los nacionalismos de alfiler. Creo en la gente en necesidad, no en conceptos geopolíticos.
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