A
los muchos Pedritos que conozco en Cuba.
Por:
Yoaxis Marcheco Suárez
Pedrito
es un niño bueno, recién en el mes de abril cumplió sus ocho años. Es aplicado
en las materias de la escuela, educado y obediente. Su madre, una joven de solo
treinta años, tiene puesto sus ojos de futuro en su pequeño Pedrito, es madre
soltera y pasa las de Caín para mantener a su hijo con las cosas elementales.
Desde hace un tiempo se desempeña como conserje de limpieza en un hospital. Su
salario se ha incrementado, pero así y todo es insuficiente para vivir, por lo
que además de limpiar pisos vende algunas chucherías que consigue por la vía
del mercado negro. Los pacientes del hospital son sus principales clientes, con
esto subsisten un poco y al menos no llega al punto de vender su cuerpo por las
calles, como tantos otros, a quienes no juzga, pero para ella este sería el
último trabajo que haría en la vida.
Gracias al empleo, pero sobre todo, a las ventas ilegales de
chucherías, se puede dar con un canto en el pecho, porque a su niño no le falta
nada,… bueno, casi nada. Tiene sus tenis para la escuela, el par de zapatos
nuevos que solo usa para las contadas ocasiones en que puede sacarlo a pasear a
casa de sus abuelos, varias camisas de uniforme y dos pantaloncitos, una
mochila grande y bonita para cargar los libros, algunos shorts de mezclillas y camisetas
con los Powers Rangers, sus personajes favoritos de la tele, casi todo
adquirido bajo la sombra de la ilegalidad, pero nadie puede decir que su
Pedrito anda mal vestido, sucio o descuidado. Sobre todo ella garantiza la
comida para su hijo, lucha mucho para que de vez en cuando pueda llevarse a la
boca un trozo de carne, para que no le falten los huevos y el yogurt que toma
en el desayuno y en las meriendas. También de vez en vez puede comprarle algún
helado Nestlé y otras confituras. Este lujo se lo puede dar muy pocas veces,
pero cuando se lo da se siente satisfecha. Nadie imagina lo que le cuesta poder
estimular a su hijo con estas cosillas, ver la cara de contento que pone es el
mayor premio.
Quisiera pedirle más a Dios, pero está complacida, con que
Pedrito tenga buena salud y crezca fuerte ya lo tiene todo. Pedrito por su
parte, es un niño afortunado porque tiene una madre que lo quiere y abuelos que
lo miman, y es inteligente y hasta bien parecido, todos le dicen que cuando
crezca va a ser un rompe corazones, lo que la gente no sabe es que ya lo es,
porque más de una niña en la escuela le ha mandado noticas de amor, claro que
Pedrito todavía no piensa en estas cosas, su cabeza infantil navega en otros
rumbos y como todo niño de su edad alberga un sueño, un deseo secreto que lo
aleja de la realidad de vez en cuando.
La madre de Pedrito vive orgullosa de él y lo mantiene como
tema principal de conversación en todas partes, en el trabajo con sus compañeras
de limpieza, en la cola del pan, en la ‘botella’. Su hijo nunca le ha dado una
perreta, no como la de esa niña que vio hace unos días en una tienda, que se
arrastraba por el piso dando gritos pidiéndole a la madre una muñeca, la pobre
mujer estaba tan avergonzada que tuvo que salir de la tienda sin comprar nada
llevándose a la malcriada casi que a empujones. Pedrito no es así y ella lo
tiene bien enseñado, cuando va con él a comprar siempre le advierte que no
puede pedir cosas que su mamá no puede comprar y él es tan bueno que jamás abre
su boca para nada.
Pero Pedrito es tan solo un niño de ocho años y tiene un
sueño, un deseo que lo aleja de la realidad de vez en cuando. ¿Cómo puede
Pedrito aceptar que su ilusión más importante no llegue a hacerse tangible? La
madre de Pedrito debe entender que hay cosas que un niño no puede asimilar por
muy bueno y educado que sea o por mucho que se le explique. Y así fue, era una
de esas tardes en que luego de recogerlo en la escuela pasó por una de las
tiendas recaudadoras de divisas del pueblo para comprar algunos artículos para
la higiene, entraron como siempre, él amarrado de la mano de ella, mirando cada
cosa con ojos desparramados, pero bien sellada la boca, todo iba bien, hasta
que Pedrito divisó en el estante de los juguetes un enorme carro de bomberos de
color rojo brillante, con una escalera plateada igualita a la de los carros de
verdad, dentro de la cabina, dos pequeñas cabecitas simulaban a los bomberos
reales con sus sombreros y todo. Disimuladamente el niño se desprendió de la
mano de su madre y corrió a ver de cerca aquella belleza, sus ojos eran dos
farolitos incandescentes.
La dependienta se percató de la fijeza del pequeño hacia el
juguete y en un tono de gran amabilidad, haciendo uso de su mejor técnica de
marketing, le preguntó: ¿Te gusta? Pedrito solo movió afirmativamente la
cabeza. Mira, dijo ella, usa baterías, el carrito rueda solo y suena la sirena
como los carros bomberos de verdad, fíjate en estas mangueritas, las puedes desenrollar
y todo, cuéntaselo a mami y dile que esta preciosura solo cuesta quince ‘chavitos’.
Desde su inocencia de segundo grado, Pedrito calculó que el número quince es
bastante pequeño como para ser caro, corrió hasta donde estaba su mamá y sin
medir siquiera el tono de su voz, le pidió con las manos cruzadas al nivel de
su barbilla: mami, cómprame el carrito de bomberos, solamente cuesta quince
pesos. La madre paralizada por la intempestiva actitud del pequeño le contestó
tan bajito que a penas podía oírse a sí misma: No bebé, no son quince pesos,
son quince chavitos, que equivalen a casi todo mi salario del mes, mami no
tiene dinero para eso, pórtate bien como siempre lo haces. Pero Pedrito estaba
decidido a no portarse bien, lo único que quería era aquel carro de bomberos,
él soñaba con ser bombero cuando fuera grande. Aquella belleza tenía que ser
suya. Con todas las fuerzas de sus manitos pequeñas haló a su madre hasta
conseguir llevarla al estante de los juguetes y en un arranque de perreta se
tiró al suelo mientras gritaba: ¡Yo quiero el carrito de bomberos! ¡Cómpramelo
mami, no seas mala! ¡Cómpramelo mami, cómpramelo…!
La madre se dio perfecta cuenta de que el niño no iba a salir
de su arrebato, lo tomó por uno de sus brazos, como hizo la mujer que había
visto hacía unos días atrás con su hija y casi lo arrastró hasta la puerta de
salida de la tienda. Ya afuera, el infante lloraba sin consuelo sin mirar a la
cara de su madre. Esta quiso regañarlo, y hasta darle un coscorrón, pero en vez
de eso se dejó caer desfallecida en el contén de la acera. Abrazó la cabeza de
Pedrito y le dio muchos besos. Así estuvieron sentados un buen rato, tirados en
el suelo, al descuido y a la vista de todos. Pedrito no podría tener su carro
de bomberos ni aunque montara la perreta más grande de la historia. Entonces,
con un profundo sentimiento de impotencia, la madre comprendió que a pesar de
sus esfuerzos le podía dar muy poco a su niño, y que el carrito en el estante
nunca estaría en las manos de Pedrito.
Perreta: Palabra que caracteriza la acción verbal compulsiva
de una persona hacia otra, por molestia o caprichos. Enfado, por lo general,
producido en los niños.
Los cubanos le llaman ‘pedir
botella’ al autostop o al modo de viajar haciendo señas a los automóviles en la
carretera.
Chavitos es la palabra que
popularmente se usa en Cuba para nombrar al CUC, el peso CUbano Convertible, a veces también llamada "divisa", una
moneda pensada por y para el turista/extranjero. 1 CUC equivale a 24 (a veces
25) CUP o pesos cubanos.
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