jueves, 5 de abril de 2018

El precio de la perreta


A los muchos Pedritos que conozco en Cuba.

Por: Yoaxis Marcheco Suárez

Pedrito es un niño bueno, recién en el mes de abril cumplió sus ocho años. Es aplicado en las materias de la escuela, educado y obediente. Su madre, una joven de solo treinta años, tiene puesto sus ojos de futuro en su pequeño Pedrito, es madre soltera y pasa las de Caín para mantener a su hijo con las cosas elementales. Desde hace un tiempo se desempeña como conserje de limpieza en un hospital. Su salario se ha incrementado, pero así y todo es insuficiente para vivir, por lo que además de limpiar pisos vende algunas chucherías que consigue por la vía del mercado negro. Los pacientes del hospital son sus principales clientes, con esto subsisten un poco y al menos no llega al punto de vender su cuerpo por las calles, como tantos otros, a quienes no juzga, pero para ella este sería el último trabajo que haría en la vida.

Gracias al empleo, pero sobre todo, a las ventas ilegales de chucherías, se puede dar con un canto en el pecho, porque a su niño no le falta nada,… bueno, casi nada. Tiene sus tenis para la escuela, el par de zapatos nuevos que solo usa para las contadas ocasiones en que puede sacarlo a pasear a casa de sus abuelos, varias camisas de uniforme y dos pantaloncitos, una mochila grande y bonita para cargar los libros, algunos shorts de mezclillas y camisetas con los Powers Rangers, sus personajes favoritos de la tele, casi todo adquirido bajo la sombra de la ilegalidad, pero nadie puede decir que su Pedrito anda mal vestido, sucio o descuidado. Sobre todo ella garantiza la comida para su hijo, lucha mucho para que de vez en cuando pueda llevarse a la boca un trozo de carne, para que no le falten los huevos y el yogurt que toma en el desayuno y en las meriendas. También de vez en vez puede comprarle algún helado Nestlé y otras confituras. Este lujo se lo puede dar muy pocas veces, pero cuando se lo da se siente satisfecha. Nadie imagina lo que le cuesta poder estimular a su hijo con estas cosillas, ver la cara de contento que pone es el mayor premio.
Quisiera pedirle más a Dios, pero está complacida, con que Pedrito tenga buena salud y crezca fuerte ya lo tiene todo. Pedrito por su parte, es un niño afortunado porque tiene una madre que lo quiere y abuelos que lo miman, y es inteligente y hasta bien parecido, todos le dicen que cuando crezca va a ser un rompe corazones, lo que la gente no sabe es que ya lo es, porque más de una niña en la escuela le ha mandado noticas de amor, claro que Pedrito todavía no piensa en estas cosas, su cabeza infantil navega en otros rumbos y como todo niño de su edad alberga un sueño, un deseo secreto que lo aleja de la realidad de vez en cuando.

La madre de Pedrito vive orgullosa de él y lo mantiene como tema principal de conversación en todas partes, en el trabajo con sus compañeras de limpieza, en la cola del pan, en la ‘botella’. Su hijo nunca le ha dado una perreta, no como la de esa niña que vio hace unos días en una tienda, que se arrastraba por el piso dando gritos pidiéndole a la madre una muñeca, la pobre mujer estaba tan avergonzada que tuvo que salir de la tienda sin comprar nada llevándose a la malcriada casi que a empujones. Pedrito no es así y ella lo tiene bien enseñado, cuando va con él a comprar siempre le advierte que no puede pedir cosas que su mamá no puede comprar y él es tan bueno que jamás abre su boca para nada.

Pero Pedrito es tan solo un niño de ocho años y tiene un sueño, un deseo que lo aleja de la realidad de vez en cuando. ¿Cómo puede Pedrito aceptar que su ilusión más importante no llegue a hacerse tangible? La madre de Pedrito debe entender que hay cosas que un niño no puede asimilar por muy bueno y educado que sea o por mucho que se le explique. Y así fue, era una de esas tardes en que luego de recogerlo en la escuela pasó por una de las tiendas recaudadoras de divisas del pueblo para comprar algunos artículos para la higiene, entraron como siempre, él amarrado de la mano de ella, mirando cada cosa con ojos desparramados, pero bien sellada la boca, todo iba bien, hasta que Pedrito divisó en el estante de los juguetes un enorme carro de bomberos de color rojo brillante, con una escalera plateada igualita a la de los carros de verdad, dentro de la cabina, dos pequeñas cabecitas simulaban a los bomberos reales con sus sombreros y todo. Disimuladamente el niño se desprendió de la mano de su madre y corrió a ver de cerca aquella belleza, sus ojos eran dos farolitos incandescentes.

La dependienta se percató de la fijeza del pequeño hacia el juguete y en un tono de gran amabilidad, haciendo uso de su mejor técnica de marketing, le preguntó: ¿Te gusta? Pedrito solo movió afirmativamente la cabeza. Mira, dijo ella, usa baterías, el carrito rueda solo y suena la sirena como los carros bomberos de verdad, fíjate en estas mangueritas, las puedes desenrollar y todo, cuéntaselo a mami y dile que esta preciosura solo cuesta quince ‘chavitos’. Desde su inocencia de segundo grado, Pedrito calculó que el número quince es bastante pequeño como para ser caro, corrió hasta donde estaba su mamá y sin medir siquiera el tono de su voz, le pidió con las manos cruzadas al nivel de su barbilla: mami, cómprame el carrito de bomberos, solamente cuesta quince pesos. La madre paralizada por la intempestiva actitud del pequeño le contestó tan bajito que a penas podía oírse a sí misma: No bebé, no son quince pesos, son quince chavitos, que equivalen a casi todo mi salario del mes, mami no tiene dinero para eso, pórtate bien como siempre lo haces. Pero Pedrito estaba decidido a no portarse bien, lo único que quería era aquel carro de bomberos, él soñaba con ser bombero cuando fuera grande. Aquella belleza tenía que ser suya. Con todas las fuerzas de sus manitos pequeñas haló a su madre hasta conseguir llevarla al estante de los juguetes y en un arranque de perreta se tiró al suelo mientras gritaba: ¡Yo quiero el carrito de bomberos! ¡Cómpramelo mami, no seas mala! ¡Cómpramelo mami, cómpramelo…!

La madre se dio perfecta cuenta de que el niño no iba a salir de su arrebato, lo tomó por uno de sus brazos, como hizo la mujer que había visto hacía unos días atrás con su hija y casi lo arrastró hasta la puerta de salida de la tienda. Ya afuera, el infante lloraba sin consuelo sin mirar a la cara de su madre. Esta quiso regañarlo, y hasta darle un coscorrón, pero en vez de eso se dejó caer desfallecida en el contén de la acera. Abrazó la cabeza de Pedrito y le dio muchos besos. Así estuvieron sentados un buen rato, tirados en el suelo, al descuido y a la vista de todos. Pedrito no podría tener su carro de bomberos ni aunque montara la perreta más grande de la historia. Entonces, con un profundo sentimiento de impotencia, la madre comprendió que a pesar de sus esfuerzos le podía dar muy poco a su niño, y que el carrito en el estante nunca estaría en las manos de Pedrito.


Perreta: Palabra que caracteriza la acción verbal compulsiva de una persona hacia otra, por molestia o caprichos. Enfado, por lo general, producido en los niños.

Los cubanos le llaman ‘pedir botella’ al autostop o al modo de viajar haciendo señas a los automóviles en la carretera.

Chavitos es la palabra que popularmente se usa en Cuba para nombrar al CUC, el peso CUbano Convertible, a veces también llamada "divisa", una moneda pensada por y para el turista/extranjero. 1 CUC equivale a 24 (a veces 25) CUP o pesos cubanos.

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