
Pareciera que todavía hoy malinterpretamos el
mensaje de la navidad y le otorgamos un sentido que para nada es genuino ante
los ojos de Dios. En un mundo donde los rumores de guerra se convierten en
realidad con solo el chasquido de los dedos de los poderosos, donde aún
persisten dictaduras y dictadores, donde los derechos de los seres humanos son
tirados con desprecio a la basura. Un mundo donde la palabra paz se ha
transformado en una sílaba olvidada, como algo del pasado más remoto, aunque lamentablemente
como género siempre hemos sido propensos a la violencia, a la furia, al
desatino, sin percatarnos de que cada error que cometemos sobre la tierra será
pagado con creces tarde o temprano.
El Príncipe que nació en Belén arropado de pobreza
y sencillez, en el más recóndito anonimato, el Príncipe de paz, Consejero
admirable, el Dios fuerte y eterno Padre, vino a los suyos con
un mensaje diferente al que balbuceaban los doctos de la Ley judía y
mucho más lejano al del lenguaje político de los gobernantes romanos. En
tiempos de perdición, de esclavitud, de sometimiento, Dios hecho carne trajo un
discurso liberador, emancipador, hermanado a la paz, a la justicia, entiéndase
con ello la justicia social, la rectitud. Ese sigue siendo el verdadero mensaje
de la navidad, Dios encarnándose en lo más oculto, en lo más humilde de la
sociedad humana, Dios percibiendo en carne propia nuestras angustias y
sufrimientos, Dios amándonos desde nuestra misma carne, desde nuestra esencia
más humana. Pero Dios vino a los suyos y estos no le recibieron y aunque los
suyos se refiere en una primera instancia al pueblo de Israel, es
universalmente entendible, que Dios vino para toda la humanidad y que esta, vez
tras vez le ha dado la espalda, vez tras vez le ha crucificado.
La paz de la Navidad no es la de las vitrinas
iluminadas y bien provistas del primer mundo, una paz muchas veces
aparente, porque detrás del disfraz de prosperidad y desarrollo existen
numerosos seres humanos heridos, solitarios, hombres y mujeres que arrastran
con la culpa de generaciones anteriores y con las suyas propias y que ni
siquiera pueden firmar consigo mismos algún tratado de paz. No es esta
humanidad dividida, donde la economía tira la balanza para los menos y se alza
para una mayoría desposeída de bienes, incluso los más elementales. Continentes
al punto del estado de coma, como la saqueada África, la hermosa negra que luce
un rostro mustio y enfermo, o el nuevo mundo, que no por nuevo ha sufrido
menos, y que ha tenido que padecer el furor de malos gobiernos y dictaduras
prolongadas que han traído para los pueblos americanos dolor, pobreza y muerte.
No es un mensaje para oprimir a los de abajo y levantar cada vez más
a los que arriba pisotean hasta la ignominia a los desposeídos, Dios
no ha colocado reyes, presidentes, ni ministros para destruir a las naciones de
la tierra, Dios no ha creado bombas, ni misiles para matar las entrañas de
generaciones enteras, Dios ha planteado un argumento diferente, nos ha llamado
a la paz verdadera, a la única que puede traer la reconciliación entre ricos y
pobres, entre capitalistas y comunistas, entre hombres y mujeres, entre judíos
y musulmanes, entre negros, blancos y mestizos. La única que puede ayudarnos a
mirar nuestro entorno con ojos diferentes, develados de toda ambición y
egoísmo, una visión que cubra a todo lo que puede prolongar nuestra existencia
sobre este planeta que gime como si padeciera fuertes dolores de parto.
Es mi deseo mayor que en estas
navidades que se nos avecinan, retomemos cuál es el papel que Dios quiere que
juguemos en el escenario de la vida, sea cual fuere nuestro contexto, vivamos
bajo las bombas o gozando de la mayor tranquilidad, sea que podamos sustentar y
abrigar nuestros cuerpos o que no podamos, que dejemos de mirar nuestras
propias desgracias y penurias cotidianas para comprender los problemas y
situaciones ajenas. Que podamos abrir nuestros ojos para mirar con ternura los
ojos del príncipe cuyo reino ya ha sido instaurado entre nosotros y que no
tendrá fin, un Reino de paz duradera y estable, el único que nos
brinda la esperanza de una humanidad sin diferencias, el único que puede
cambiar a los seres humanos de manera individual para lograr así un mejor
interactuar de todos en conjunto. Olvidemos por esta vez la botella de la mejor
champaña o las compras sustanciosas que van muchas veces más allá de nuestras
posibilidades personales y tengamos presente a Jesús, el verdadero motivo de
esta celebración, quien no tuvo un lugar para recostar su cabeza y que nació,
una noche fría y silenciosa de cualquier mes del año, entre animales, sobre un
pesebre, alejado del bullicio de las grandes ciudades, que nació para morir por
quienes día tras día con nuestros actos egocéntricos le negamos y echamos a un
lado, para darnos paz, esa paz que el mundo no logra entender y que solo él
puede darnos, porque es una paz que nace desde lo más escondido de nuestros
corazones. (En twitter @yoaxism)
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