Por: Yoaxis Marcheco
Suárez
Proliferan los pequenos negocios en Cuba |
Confieso que no tenía un
post para publicar hoy, pero como las letras pueden salir de
cualquier esquina de la vida, estas me salieron inspiradas en algo
que vi y que está sucediendo cada vez con más frecuencia en Cuba.
Cuando mi esposo y yo viajamos a La Habana, debemos andar
deambulando, casi siempre de corre corre, resolviendo asuntos
impostergables que solo podemos ventilar en la capital y en esa única
vez cada cierto tiempo que viajamos hasta ella. Aunque algunos amigos
solidarios nos brindan su techo para hospedaje, nosotros evitamos
cargar sobre ellos nuestra alimentación y por eso comemos cualquier
cosa que aparezca, intentando tener sumo cuidado en estos días
lamentables en los que el cólera ha tomado por asalto la ciudad. Así
vamos transitando en los horarios habituales de almuerzo o de comida,
fijándonos bien en las cada vez más numerosas cafeterías
particulares, son fáciles de divisar o reconocer, se diferencian de
las estatales por el buen gusto en su decoración, la higiene, la
presentación de los productos y la atención a los clientes. Diría
que esos pequeños establecimientos por cuenta propia pueden darle
buenas lecciones de mercadotecnia a los que aún siguen bajo la
tutela del Estado, estos últimos en su mayoría ofrecen una vista
deplorable y el servicio se caracteriza por ser lento y de muy mala
calidad.
Aunque hemos comido en
muchas cafeterías privadas, porque demás está decir que ya no
miramos las estatales, solo una ha logrado acaparar mi atención de
manera especial y me ha dejado vislumbrar la Cuba del futuro que
tanto ansío; una Cuba de prosperidad, avance y desarrollo. Ubicada
en el municipio La Lisa y destacándose del resto de los puestos
gastronómicos cercanos a ella por su abundante iluminación, su
cristalería, su extrema higiene, sus atractivos anuncios, sumado a
los modernísimos equipos que posee para la elaboración de los
alimentos que ofertan _ y es diversa la gama de platos, dulces,
refrescos en conserva o naturales con que cuenta su carta_; más un
juvenil y dinámico equipo de trabajadores, todos con una impecable
presencia luciendo su uniforme de color rojo (con logotipo en el
frente del pullover y en la gorra). La cafetería «El Banquete»
llega a ser para los hambrientos comensales un banquetazo de lujo.
Comer en este sitio un
buen pollo asado, con abundantes vegetales frescos aliñados con
especias y vinagre; unas yucas con mojo bien blanditas, las
preferidas de los cubanos y el típico y sabroso arroz congrí, es
algo que invita a ir una vez y a repetir pronto la visita. Los
mejores ingredientes de todos son, la amable sonrisa de la
dependienta y el afable trato del joven vendedor de churros rellenos
con dulce de guayaba, crema de chocolate o leche condensada (al gusto
del cliente). Un servicio rápido y eficiente, a la altura de quienes
la visitan, haciendo ciertas las premisas de los gastronómicos:
complacer al comprador; quien paga siempre gana; jamás discutiré
con el usuario; y la muy conocida: el cliente siempre tiene la razón.
Premisas que quedaron tapiadas en el olvido por los trabajadores
estatales de la gastronomía y los servicios, desmotivados por sus
bajos ingresos y los escasos recursos con que cuentan para trabajar.
Esas manos laboriosas que
bien cuidan lo que es suyo y que a la vez ofertan al pueblo más que
comida y un espacio para degustarla, puro arte; son las manos que
construirán el futuro de esta Isla. Un futuro que necesariamente
será diferente a estos más de cincuenta años de mediocridad y
declinación social y económica. En esa Cuba futurista quedarán
bien atrás las oscuras cafeterías estatales llenas de moscas y
caras apretadas, los fúnebres uniformes en negro y blanco, y la
carencia de iniciativas de mercadotecnia, gerencia y administración.
Triunfarán para el mañana
los establecimientos privados y los cubanos, acostumbrados al
maltrato y la desidia, veremos por fin que nuestros esfuerzos,
trabajos y sacrificios cotidianos, serán retribuidos con un servicio
de eficiencia y con productos de excelencia, a la altura de lo que
merecemos como pueblo; y créanme que esto nos hará sentir más
dignos, más importantes, más humanos. Así me sentí yo aquella
noche de lujo cuando descubrí las delicias de «El Banquete».
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